Adoro la llegada del otoño, confieso que disfruto con la sensación de paz que trae la paulatina vuelta a la rutina y a los ritmos cotidianos de esta estación. El verano ha sido intenso, hemos vivido momentos felices fuera de casa y exprimido hasta el último rayo de sol para cargarnos de energía, pero pensar en temperaturas frescas, algunas lluvias y recogernos en familia me proporciona mucho confort. Puede que en estos momentos y según el lugar del mundo donde vivas, no estés sintiendo lo mismo, pero todas las estaciones tienen cosas que apreciar.
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Asocio el otoño con un tornasol de colores cálidos… amarillos, naranjas, rojizos…, a pesar de que la mayoría de los árboles que rodean mi casa son perennes y casi todo el año permanecen verdes. Lo asocio también con el silencio, no un silencio absoluto, sino la ausencia del jolgorio veraniego, de los gritos de niños en la calle y la piscina, de las chicharras. Y no sé si la razón es la edad o mi carácter hogareño, pero me siento bien cuando llegan estos días.
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En mi jardín no nieva, no llueve en abundancia, hace muchos años que no se oye el correr del agua formando riachuelos, pero si algunas gotas caen, suelen hacerlo en estos días. Así que el agua de octubre yo la espero como si fuera de mayo. Y cuando días más tarde de una tormenta me asomo a algún recipiente de los que tengo en el jardín, veo el agua almacenada y me parece un auténtico tesoro que esparzo sobre las plantas como si les diera un auténtico manjar.
Me gusta pasar más tiempo dentro de casa porque tengo a mis hijos cerca más a menudo. No son ya niños que necesiten mis cuidados constantes, pero verlos más a menudo y sentarme con ellos en el sofá a charlar es un placer para el alma. Así que procuro seducirles con alguna tarta, una calabaza asada o unas castañas, para que se sienten a mi lado y pasemos un buen rato juntos aunque sea viendo una peli en la tele.
¿No os parece el otoño otra estación perfecta con muchas cosas que disfrutar?